No hay peruano que no sepa de la Batalla del 6 de Agosto, el Convento de Ocopa, las Cuevas de Huagapo, la laguna de Paca, el baile del Huaylas, la Mulisa, la Chonguinada, las truchas de Ingenio, o los cantantes como el Chato Grados, la Flor Pucarina, etc. , todo eso y mucho mas es Huancayo.
Desde Lima en una pequeña avioneta de 12 pasajeros en tan solo 40 minutos de vuelo suave arribamos a Jauja a las 9:42 minutos; luego de una hora en taxi entrábamos por la avenida Real a la ciudad de Huancayo. Había estado por aquí el 2000, en estos 8 años la ciudad ha cambiado, se ha modernizado, el comercio como actividad principal impresiona a lo largo de su principal avenida, cuyo nombre recuerda el Qhapaq Ñam o Camino Real Inca, sobre el que se habría levantado esta avenida, que hoy también es la continuación de la carretera central que sale desde Lima. La constelación de tiendas, restaurantes, bancos, casas fotográficas y tragamonedas, no se ven eclipsadas, por suerte, de mototaxis, a diferencia de Pucallpa o Iquitos, debe ser por el frío, dándole mas jerarquía y apariencia de modernidad. Con tres soles te desplazas a cualquier lugar por taxi que, para variar, son de modelo “station wagon”, color blanco y timón cambiado.
El nombre de esta ciudad, a decir de la referencia que tengo en mis manos, proviene del nombre preinca del lugar que se llamaba Huancayok, donde habría habido una pequeña laguna en cuyo centro existía un piedra de regular tamaño considerada como sagrada. Huanca significa piedra, yok indica posesión, entendiéndose así como “que posee piedra”, que para el caso sería sagrada. En el camino de los incas desde Cuzco a Quito, Huancayok quedaba a un centenar de metros de esta gran vía, el lugar era conocido como Huamanmarca (sitio de parada de halcón), este lugar se convirtió en lo que es el centro de la ciudad.
En las noches como en toda ciudad donde se mueve mucho dinero, hay variadas discotecas, el jirón Puno en las noches destellan luces multicolores invitando a pasar. El frío para una ciudad de 3380 m snm, no es tanta como en mi tierra Chiquián (3350) o en Cuzco (3400), lo que permite caminar y visitar tiendas, restaurantes o dar un paseo por la plaza de armas llamada Constitución, en recuerdo a que en esta casa situada en la esquina de la plaza se dio en 1813 la jura a la constitución de Cádiz de 1812. En el centro de la plaza está el monumento a Ramón Castilla, en homenaje a que desde aquí el 3 de diciembre de 1854, siendo presidente provisorio, dio su proclama de la libertad de los esclavos, en la base del mismo se lee:
“Articulo único: los varones y las mujeres tenidas hasta ahora, en el Perú, por esclavos o por siervos libertos, sea que su condición provenga de haber sido enajenados como tales o de haber nacido de vientres esclavos, sea que de cualquier se hallen sujetos a servidumbre perpetua o temporal; todos sin distinción de edad, son desde hoy para siempre eternamente libres”.
Las noches en las plazas de las provincias convocan a la gente a caminar y conversar, en especial a los jóvenes. A diferencia de Pucallpa, aquí todo está limpio, las ropas que usan los transeúntes hacen notar que aquí hay mayor poder adquisitivo.
No podría irme de esta hermosa ciudad sin tomar un desayuno en el mercado con el típico caldo de cabeza o mondongo, o el patache (trigo con karán -pellejo de chancho); para el almuerzo una entrada de papa a la huancaína, todo un símbolo de la gastronomía peruana, y como plato de fondo la pachamanca.
En la noche mientras cenábamos, calentados por leña, en el cómodo restaurante La Cabaña, conversábamos sobre sus productos de mayor realce, ellos me citaban a la papa, maíz, zanahoria, trigo, cebada, frijoles y recientemente la alcachofa y por su puesto las truchas de Ingenio, que la consideraban la mejor del Perú, hoy se exportan en enlatados. Entre sus personajes ilustres recordamos con admiración a Juan Parra del Riego, Ramiro Prialé, Zenobio Daga (músico), Josué Sánchez (pintura) o Valdemar Espinoza (historiador). En el deporte, especialmente corredores de largas distancias, como Florinda Camayo, Hugo Gavino o Inés Melchor. Nos aseguran que en Huancayo los 365 días del año son fiestas, por lo que somos los que consumimos mayor cantidad de cerveza que cualquier departamento, de ahí nuestra fama. Somos de competencia cosa que se manifiesta de forma particular durante los matrimonios con la Palpa.
En estos cortos dos días de conversaciones amenas, me llevo la impresión que nuestros amigos huancaínos, son personas muy gratas, alegres y conversadoras, muy orgullosos de sus costumbres, de su música, de sus danzas, de ser descendientes de una nación de guerreros indomables, los Wankas, de cuya prestancia la ciudad es considera La Incontrastable. Una ciudad de libertad y comercio.
Cierro el Zaguán haciendo notar que este potencial que tiene Huancayo necesita de fortalecer sus capacidades de transformación, que solo se consigue utilizando el conocimiento, fundamentalmente, ciencia y tecnología (me vuelve a la mente la sentencia del presidente Lula, “seremos un país desarrollado cuando exportemos conocimiento”). Esta debilidad se refleja en la escasez de grandes empresas industriales, cosa que sucede en muchas partes del país, particularmente en la sierra, donde la economía está basada en la extracción minera o venta de productos sin procesarlos. Este es un indicativo que estamos desaprovechando los tiempos de auge para sembrar bases de un desarrollo sostenible.
Y mientras cae el telón me despido con las letras de la hermosa y representativa canción del centro “Jauja” de Juan Bolivar:
Jauja, ¡qué dulzura!,
Rinconcito de mi valle que yo quiero.
Pedacito de cielo, alegría del corazón.
Eres, por tu clima,
el orgullo de mi patria,
¡qué fortuna!
En el mal un consuelo,
en la vida una esperanza.
Recordaré a mi tierra
y a mi linda paisana
como la flor más querida
que en mi vida llevaré.
Huancayo, 22 de junio de 2008
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